La tecnología y los objetos tecnológicos pueden parecer neutrales,
sin carácter político o moral. Durante mucho tiempo, se ha asumido que las consecuencias políticas o éticas de las tecnologías se deben al uso de estas y no a la tecnología en sí misma. Sin embargo, autores como Ronald Wright o Langdon Winner han empezado a analizar más a fondo el carácter político de la tecnología.
Wright habla de “el cepo del progreso” y defiende que las tecnologías que aparentemente solucionan problemas a la sociedad llevan a un empeoramiento de las condiciones sociales. Winner reflexiona sobre el valor político inherente en la tecnología, determinando que estas tecnologías se pueden juzgar por su papel dentro del marco ético-político, según su influencia en el poder, la autoridad y la organización de la sociedad. Las fuerzas sociales y políticas son, en definitiva, las que darán lugar a las tecnologías, que a su vez tendrán consecuencias sociales y políticas. Winner habla de que hay tecnologías que son políticas en sí mismas, necesarias para un fin dentro de la sociedad, necesarias en un marco sociopolítico determinado.
Nos centraremos en una tecnología muy insertada en nuestra sociedad, y más todavía en estas épocas pandémicas que nos ha tocado vivir: los ordenadores personales. Esta tecnología condiciona totalmente a nuestra sociedad: sirve de herramienta de trabajo, de ocio, de comunicación, de consumo, etc. y nos permite acceder a gran cantidad de información, de contactos y de actividades de forma inmediata y fácil.
Siguiendo con la idea de Wright, esta tecnología soluciona problemas (facilita la comunicación entre individuos, permite tener gran cantidad de información almacenada, facilita procesos de búsqueda de información, posibilita actividades de formación, empleo y ocio…), pero finalmente puede llevar a un empeoramiento de las condiciones sociales (genera desigualdades, nos sume en un ambiente de discriminación hacia aquellos que no puedan acceder a esta tecnología, puede generar adicciones, etc.).
A nivel político, esta tecnología nos lleva a un entorno en el que prima lo inmediato, el consumismo y los intereses individuales. Este contexto es realmente en el que nos encontramos con o sin ordenadores personales. Pero esta tecnología sirve como herramienta para instaurar estos contenidos en la sociedad de manera más intensa, formando una parte de nuestras vidas cada vez mayor. Parece imposible pensar en una sociedad en la que no se haya adoptado esta tecnología, que hoy en día se encuentra en todas partes. Parece una tecnología “necesaria” para el ritmo y las condiciones sociales en las que nos encontramos. De no haber existido esta tecnología concreta habrían aparecido otros tipos de instrumentos tecnológicos similares con las mismas características y funciones. Esto es así porque en el marco sociopolítico en el que nos encontramos, este tipo de objetos tecnológicos se torna parte del engranaje para que todo el sistema político y social funcione. De hecho, por esto, ha llegado un momento en el que es imposible desconectar de esta tecnología; y más ahora, con una pandemia en la que el teletrabajo, las videoconferencias con familiares o amigos, las compras online, etc. son parte de nuestro día a día. Desconectar de estas tecnologías supone desconectar de toda la sociedad, desconectar del mundo.
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